martes, 15 de abril de 2008

FRAGMENTOS DE LIBROS

Fragmentos de algunos libros escritos:
- "DESDE LA ARAUCANÍA A LA BREÑA" (I PARTE).
- "LA ROSA DE LOS ANDES"

A. DESDE LA ARAUCANÍA A LA BREÑA. PARTE I.

PALABRAS DEL AUTOR.

Sumergirse en los pormenores que rodearon las vidas de los protagonistas de las campañas guerreras de nuestra historia, y escarbar en sus diarios escritos bajo la tienda de un campamento militar, en sus crónicas, en su correspondencia y en los relatos de las impresiones personales recogidas en el campo mismo de batalla, cuando aún el tiempo no se encargaba de ir borrando la humanidad de las experiencias vividas antes de hacer en su camino desaparecer con el olvido a unos y elevar a la categoría de héroes míticos a otros, es una tarea fascinante que permite adentrarse en los pasajes y vericuetos que la historia oficial no recoge.Aunque los antecedentes existentes no permitan hacer en algunos casos una fiel reconstrucción apegada hasta en los menores detalles de lo ocurrido, es posible, sin embargo, liberar y dejar divagar a la imaginación para que viaje en el tiempo y se traslade hasta el momento y a los lugares mismos en que sucedieron los hechos, y pueda conversar con los guerreros, interactuar con ellos y reconstruir así fragmentos desconocidos de las vidas de una multitud de jóvenes que acudieron al llamado de las armas en el histórico conflicto en el que se vieron inmersas las repúblicas de Chile, Perú y Bolivia, y que juntos vivieron la contienda; compartieron el hambre, la sed, la enfermedad y la fatiga de la campaña; el miedo, el valor y la saña en los combates; la vida en los cuarteles y campamentos; y la realidad dramática de la guerra.Basado fielmente en los antecedentes históricos, y de lo que le ha sido posible a la imaginación rescatar desde su viaje hacia el pasado, se han escrito detalles que complementan lo acontecido, detalles que bien podrían ser verdaderos, pero que, en todo caso, a nadie, fuera de los protagonistas, le es posible desmentir o avalar su veracidad.

¿Quiénes son los culpables de las guerras? Eso no está en discusión en esta historia. Aquí sólo se trata del destino de aquellos seres humanos que acudieron al llamado de las armas para defender su patria, su nación y su familia amenazada porque, simplemente, sintieron que era su responsabilidad hacerlo, o de aquellos otros que, profesionalmente, se prepararon para cuando se presentara la ocasión de un conflicto desatado en otras esferas y por motivos que la mayoría desconocía o no comprendía.Unidos, era menester ofrendar la vida si era necesario por defender etéreos valores personificados en símbolos santificados por la tradición y por los ejemplos que les ofrecía la historia. Aquí no hay ni existen explicaciones truculentas ni rebuscadas para marchar al campo de batalla. No hay para aquellos seres intereses políticos ni económicos de por medio, ni habrá para la masa monumentos, ni pensiones, ni tan siquiera una calle con su nombre que los recuerde, homenajes reservados para una elite que en su mayoría no tuvo que sentir miedo ante el atronador estampido de los cañones, que no tuvo que matar, que no tuvo que morir o que no tuvo que vivir inválido el resto de su vida. Era nada más que la aspiración y la íntima satisfacción de cumplir con el deber impuesto por la propia sociedad. Aquél deber que también divide a las naciones en conflictos intestinos desencadenados por razones políticas o económicas iguales o similares a las inducen a que los países se enfrenten entre sí.Esto nada tiene que ver con la razón, porque con la guerra ella deja de existir entre quiénes tienen la obligación de conservarla, obligación que no recae en los que con las armas en la mano debieron enfrentar en el conflicto al enemigo declarado como tal por la irracionalidad de los que debieron evitarlo.Es un relato que revive a héroes olvidados, sepultados en tumbas anónimas o abandonadas para siempre.La historia transcurre en el entorno que rodea la vida del Coronel don Abel Policarpo Ilabaca Arriagada; llamado cariñosamente “don Poli” por sus contemporáneos; Oficial de Caballería Benemérito de la Patria y Patrono de Haras Nacional, quién hizo sus primeras armas en territorio Araucano, luego toda la campaña de la Guerra del Pacífico, desde comienzo a fin, para cumplir, tras el conflicto bélico, numerosas destinaciones y comandos durante sus 33 años, 10 meses y 23 días de servicios en las filas del Ejército de Chile.

El Autor.





B. LA ROSA DE LOS ANDES.

Capítulo XIII (Fragmento)

La tripulación, significativamente disminuida, había sido redistribuida para suplir adecuadamente a los caídos.En pocos minutos todos estuvimos en nuestros puestos de combate. Martín, junto a los cañones de proa; a cuyo servicio se había sumado el ‘Gringo’ como artillero, sin dejar su plaza de cocinero; se aprestaba a debutar como Capitán de Montaje, mientras Rodrigo y yo nos uníamos como sirvientes de los cañones de estribor, manteniéndonos, al mismo tiempo, como parte de la marinería de abordaje.Cuando ya podíamos divisar desde el castillo de proa el muro frontal y circular de la fortaleza hispana, con sus tres torreones de vigilancia que la distinguían de las demás, el vigía de la cofa del palo mayor nos alertó, con un prolongado grito, sobre la aparición de una vela por el noroeste, en cuya dirección todos los ojos se volvieron.La tensa espera que siguió se disipó rápidamente al identificar la nave: nos habíamos topado en su crucero con la poderosa fragata de guerra ‘Prueba’, de bandera española, con quinientos cincuenta tripulantes, cincuenta y dos cañones de 24 y 32 libras, y 1300 toneladas de desplazamiento según los antecedentes conocidos. La desproporción de las fuerzas era enorme.En la ‘Rosa de los Andes’, de 400 toneladas, disponíamos de sólo treinta y dos cañones en buen estado de los cuarenta originales, contadas las catorce carronadas, y la tripulación original de doscientos setenta hombres se hallaba reducida a 151, de los cuales treinta y cinco aún convalecían de sus heridas o de la fiebre del mar y estaban imposibilitados de combatir. Pero, como ya hemos dicho, el valor y la audacia temeraria del Capitán Juan Illingworth no tenían límites, y ordenando timón a babor cambió el rumbo que la alejaba de la nave española y dirigió a la ‘Rosa de los Andes’ en diagonal, al encuentro frontal con la fragata, con la intención indudable de abordarla, única posibilidad seria de una victoria.Con el sol de media tarde declinando hacia el oeste por detrás de la ‘Prueba’ y de frente hacia nosotros, y orzando nuestro buque con la proa a barlovento, la distancia comenzó a acortarse rápidamente, lo que nos hizo presumir que si ambas naves mantenían la dirección el abordaje era inevitable, que era lo que todos nosotros esperábamos.La ‘Prueba’, con la ventaja del mayor alcance de sus cañones, rompió el fuego con las miras de proa a los dos mil quinientos metros. Nosotros seguimos avante sin disparar, mientras la nave hispana continuó haciéndolo, apuntando al casco sus cañones cargados con balas normales.Cuando la distancia se había reducido a menos de los mil metros, la ‘Prueba’ maniobró para mantenerla, abriéndose ligeramente a estribor para evitar nuestras claras intenciones por acercarnos, eludiendo el combate cerrado, sin dejar de hacer fuego con todos los cañones de babor, cargados con palanquetas y dirigidos a la arboladura, logrando de esta forma rasgar primero el sobrejuanete mayor y luego el velacho de nuestra nave.Illingworth, ordenó, entonces, al señor Morris, iniciar el fuego con las miras de proa, sin causar ningún daño serio al enemigo, cuya artillería más poderosa continuaba causándonos graves averías en el velamen. El cañoneo a la distancia, después que nuestra nave volvió a virar, ahora en 130 grados a babor, hasta poner la popa a barlovento y hacer fuego con los cañones de estribor, se prolongó por un par de horas, durante las cuales, a causa de nuestra inferioridad, sacamos la peor parte.El Capitán Illingworth comprendió que no era aconsejable mantener el combate en esas condiciones, donde la ventaja estaba de parte del enemigo, y resolvió virar en redondo y retirarse hacia el norte, hacia la costa, para ponerse al amparo de las armas patriotas que dominaban la zona.Durante toda la noche y la mañana del día siguiente, la ‘Prueba’ siguió nuestras aguas casando los juanetes en un comienzo con el objeto de estrechar la distancia, para luego recogerlos y mantener la necesaria solamente para poder hacer blanco con sus cañones, actuando con una timidez excesiva dada su superioridad para no aventurar un acercamiento que pudiera serle peligroso.Como la situación se mantenía sin variaciones, la ‘Prueba’ optó por una nueva maniobra, y forzando las velas se abrió a babor, hacia mar abierto, y luego a viró a estribor, tratando de ubicarse en paralelo con nosotros para así poder cañonearnos con más posibilidades de hundirnos, pero fue una maniobra descuidada pues la fragata se excedió en el viraje y se puso al alcance de nuestros cañones y con posibilidades de ser abordada.En medio del fuego y del tronar horroroso de los cañones, cuyos proyectiles impactaban en las bordas aventado a los sirvientes de las piezas entre miles de astillas transformadas en letales proyectiles, Illingworth se dio cuenta del error del enemigo y con prontitud ordenó timón a babor, y orzando la nave se lanzó, hendiendo las aguas encrespadas con la proa, sobre la fragata procurando embestirla con el bauprés por la aleta. Cuando, estando próximo a lograr su objetivo, con nosotros prestos a lanzar los arpeos y los frascos de fuego, en medio del humo, de los escombros y del infierno desatado, vimos cómo nuestro Capitán era alcanzado en el pecho, cerca del hombro derecho, por la metralla de un cañonazo que barrió la cubierta de popa.Rápidamente varios soldados corrieron a proteger el cuerpo de Illingworth que yacía sobre la cubierta, produciéndose un momento de vacilación y desconcierto en lo más cruento de la lucha que duró hasta que el señor Morris asumió el mando, perdiéndose la oportunidad del abordaje. El Comandante de la ‘Prueba’ aprovechó la ocasión para corregir el descuido, y forzando las velas se retiró, internándose en el mar y llevándose en sus cubiertas las muestras tangibles de los desastrosos efectos que le causaron, desde proa a popa, los cañones de nuestra nave, en el único trance en que tuvimos a la fragata a nuestro alcance.Con el sol sumergiéndose tras la línea del horizonte se perdieron, también, las velas de la ‘Prueba’.Morris continuó mareando a la corbeta hacia el norte en dirección a la desembocadura del río Izcuandé, donde pensaba recalar para sepultar a los muertos y curar las heridas, del buque y de la tripulación, protegido por la batería de la fortaleza.Felizmente la herida sufrida por el señor Illingworth no era grave.Martín, resultó indemne, y Rodrigo y yo no sufrimos lesiones de consideración, salvo algunos cortes y magulladuras por efecto de las astillas. En contraste, Bull, que estaba junto a mí en el combés, recibió una grave herida en el estómago como consecuencia del fuego de los obuses disparados desde la toldilla de la ‘Prueba’.El espectáculo del estado en que quedó el buque, en cambio, era desastroso. Al sobrejuanete mayor y al velacho, rasgados al comienzo del combate, se sumaban la vela mayor, la vela de trinquete y la sobremesana, también alcanzadas por las palanquetas que, milagrosamente, no dañaron la arboladura. La batayola de babor prácticamente había desaparecido y, salvo dos, el resto de los cañones habían sido desmontados, las cureñas inutilizadas y las portas estaban transformadas en anchos boquerones. Entre los escombros yacían los cadáveres mutilados de una docena de artilleros y una veintena de heridos que permanecían esparcidos retorciéndose en medio de charcos de la resbaladiza sangre que desbordaba la arena esparcida en las cubiertas, coronaban con sus quejidos lastimeros el catastrófico escenario.Dejándose arribar arrastrada por la corriente, más que por la influencia del impulso de un viento casi nulo sobre el desgarrado velamen, la ‘Rosa de los Andes’, escorando a estribor, alcanzó el estuario del Izcuandé, donde botó el ancla.La presencia de nuestra nave movilizó rápidamente a los patriotas del poblado, que al percibir su lamentable estado se apresuraron en despachar varios botes con socorros. El propio don Petronio Zavala, nombrado Alcalde del lugar por don Lindorfo, se apersonó a bordo para solicitarle al señor Morris le permitiera tener el honor de atender a los heridos y a los enfermos en el fuerte, donde ya tenía todo preparado para recibirlos, y al conocer el estado del señor Illingworth le ofreció su propia casa para trasladarlo y que allí se recuperara.El señor Desseniers, con el señor Padilla y dieciocho soldados, y yo con Rodrigo, Martín y nueve marineros más, acompañando al señor McGilvery y al señor Jones a bordo del ‘Lobo Marino’, desembarcamos con la misión de organizar las tareas en tierra para poner a la ‘Rosa de los Andes’ en condiciones de navegar. Petinelli, con los heridos y los enfermos, lo hicieron en los botes de don Petronio.A diferencia de nuestra estancia en Las Galápagos, en esta oportunidad tuvimos la inestimable ayuda de toda la población de la aldea, que reunió toda la madera necesaria para las reparaciones y la transportó al buque donde los artesanos, bajo las órdenes del Carpintero, iniciaron con entusiasmo los trabajos, mientras el ‘Gringo’ dirigía a una veintena de experimentados tripulantes en la empalmadura y remiendo de las velas.