lunes, 7 de enero de 2008

TIMUR: EL AZOTE DE LA TIERRA

EL AZOTE DE LA TIERRA.

Por Víctor Catalán Polanco

Un paréntesis de silencio pareciera rodear la época y las hazañas del tercer hombre que conquistó el mundo, de aquel que construyó la puerta de acceso a su imperio con pirámides de cráneos humanos, del estratega genial que, sin estudios militares, sin antecesores en quienes inspirarse, sin el estudio de batallas modelos, sin maestros, ideó instintivamente su propia concepción bélica para luego llevarla a la práctica con escrupulosa exactitud aplicando, de propia iniciativa, las leyes y principios que han regido las campañas clásicas de la historia.
Junto a Alejandro Magno, rey de Macedonia, y a Gengis Khan, fundador del primer imperio Mongol, fue Tamerlán el tercer gran conquistador. Nacido en el año 1335 como Timur-i-lang o Timur el Cojo, en la Ciudad Verde, camino a la legendaria Samarcanda, en uno de los clanes del Asia Central venidos del norte con la Horda Mongólica fundadora de la Horda de Oro, el reino Mongol más occidental.
Acompañado por los nostálgicos recuerdos de antepasados desaparecidos, dueños de las montañas del norte, más allá del desierto de Gobi, evocados por su padre, transcurren sus primeros años en medio de caballos y de guerras fingidas con otros muchachos de su edad, a los que se impone como jefe indiscutido por su extrema seriedad, que a los demás atemorizaba. Esa seriedad haría de la soledad, con sus pensamientos y meditaciones, su compañera y amiga inseparable.
A la muerte de su padre, con Abdullah, su sirviente, se pone en camino hacia el sur, por la senda única que, según sus antepasados, cada hombre tiene marcada.
Timur, el azote de la tierra, se había puesto en marcha................ El mundo empezaría a temblar.
Primero, solo fueron conflictos domésticos entre clanes en los que Timur se vio envuelto. Aunque inexperto en el arte de la guerra, era astuto, y es así que hace amistad con el Khan Tugluk, logrando que abandone pacíficamente las tierras de sus ancestros que éste había invadido, lo que le trae consigo el reconocimiento de su pueblo. El Khan le nombra “Tuman-bashi”, o “capitán de diez mil”, por sus servicios. Sin embargo, tras el retiro del Khan, fracasa en la lucha interna por el poder desatada con sus enemigos. Tugluk, invade de nuevo las tierras, pone orden con energía y somete a todos, incluso a Timur, a la obediencia, pero la sumisión de éste es aparente y Timur se rebela, siendo condenado a muerte por el Khan. Con la ayuda de algunos fieles servidores huye entonces al desierto y se une con su cuñado Hussayn, jefe de otro clan, en una alianza para someter a otras tribus del desierto y combatir a los guerreros invasores de Tugluk.
Tras una corta guerra el Khan es derrotado y debe abandonar los territorios conquistados, pero poco después, luego de la muerte de Tugluk, su sucesor, Ilias, vuelve a invadir las tierras de Timur pero es también estrepitosamente vencido y expulsado. Hussayn es nombrado, entonces, gobernador por las tribus y la alianza con Timur se rompe, estallando una guerra civil entre ambos que duraría seis largos años, hasta terminar con el triunfo definitivo de Timur y su designación como jefe del gobierno, ungido por los caudillos tártaros.
Timur se apodera de Karshi, de Kharesm, de Urganj y de Herat y extiende sus dominios desde el río Syr-Daria hasta la India y, por el norte y oeste, hasta el mar de Aral y fija su capital en Samarcanda, situada en una fértil cuenca en la orilla izquierda del río Zeravsan.
Timur unía a su astucia, el valor, la energía, la seguridad en sí mismo y un carácter inquebrantable. Tenía una aguda percepción para aquilatar a sus adversarios. Era hábil como organizador y como conductor de grandes masas de hombres. Nada parecía escapar a su conocimiento y era rápido, oportuno y seguro en la toma de decisiones.
En el campo político no admite oposición y es así que a sus enemigos internos los ataca y destruye en forma implacable y despiadada. Pese a su crueldad, protege e impulsa las letras y las artes; desarrolla y da un gran impulso a las construcciones de servicio público; organiza las comunicaciones, postas y correos; regula los impuestos y contribuciones a cambio de trabajo y sobre la base de los ingresos; pone especial énfasis en la justicia, cuya administración ejercita personalmente, sin dejar jamás un delito sin su respectiva sanción ejemplarizadora; prohíbe la mendicidad a cambio de raciones de pan y carne; y, delega en “darogas” o gobernadores, el mando de las provincias de su incipiente imperio.
En la plenitud de su poderío, los instintos del conquistador se despiertan en Timur.
La Horda de Oro, el reino más occidental de los Mongoles, fundado por Batu, nieto de Gengis Khan, domina al norte y al este de los territorios de Timur, y Toktamish, su jefe, no desea que otro poder se levante cerca de él. Seguro de la capacidad y poder de sus fuerzas, cruza el Syr-Daria, penetra en los territorios de Timur y marcha sobre Samarcanda, pero Timur reacciona con rapidez. Viendo que las divisiones de Toktamish se encuentran separadas, las ataca una a una y obliga al Ejército invasor a retirarse.
El efecto que la invasión causa en los clanes que componen el Ejército de Timur hace prever una insubordinación, pero la amenaza de rebelión es sofocada con dureza por el caudillo tártaro, quien asienta con firmeza su autoridad.
Toktamish no se siente derrotado y, esperando sorprender a su enemigo, avanza en pleno invierno, hacia el Syr-Daria, con un poderoso ejército. Timur, desafiando la inclemencia del tiempo y los consejos que lo instan a esperar, avanza, a su vez, en procura de la Horda de Oro hasta tomar contacto y atacar a su vanguardia. Divide a ese Ejército que pretende invadir por segunda vez sus tierras y lo derrota completamente, poniéndolo en fuga y persiguiéndolo en forma implacable.
Con la primavera Timur resuelve ir en busca de la Horda de Oro para lograr su total destrucción, y emprende la marcha dejando atrás el Syr-Daria. Invade el territorio enemigo y cruza la cordillera de Kara Tagh, pero se desatan las lluvias y las nevadas y los elementos detienen a su Ejército. Toktamish, se siente perdido y envía a Timur ofrecimientos de paz que éste rechaza categóricamente. Durante dieciocho semanas, y a través de 1800 millas de territorio ruso, Timur persigue implacablemente a Toktamish que huye, hasta que logra enfrentarlo. La derrota de la Horda Dorada es aplastante, pero el conquistador Tártaro no la persigue hasta aniquilarla. Es el único error que Timur comete y que no volverá en su vida a cometer.
Llevar la guerra fuera de las fronteras de su territorio, no actuar a la defensiva y atacar con la mayor rapidez posible eran las tres reglas fundamentales que Timur comenzaba a poner en práctica y donde están comprendidas la casi totalidad de las leyes de la guerra, a las que agregaría el factor sorpresa, el de perseguir hasta aniquilar totalmente al adversario y la importancia que daría al abastecimiento de víveres y forraje para el ejército, aspecto este último que condensaría en su máxima: “No llevar jamás un Ejército superior al que es posible mantener en una campaña”.
Han transcurrido tres años desde la derrota inflingida a la Horda Dorada y el error de no aniquilarla ha permitido que Toktamish rehaga sus fuerzas y avance amenazante hacia las fronteras de Timur, pero éste no espera y, consecuente con sus reglas, ataca al Ejército mongol y lo destruye, incendia Sarai y arrasa a sangre y fuego Astracán, centro del poder enemigo, prosiguiendo su marcha hasta las cercanías de Moscú, a la que inexplicablemente no ingresa, y en sus puertas mismas le da las espaldas despectivamente y regresa.
Protegidos por armaduras y finas mallas de acero, con escudos pequeños y redondos atados al brazo izquierdo y yelmos puntiagudos, los soldados del Ejército de Timur se distribuían organizadamente en Escuadrones y Regimientos al mando de “Ming-bashis”. Armados de cimitarras, de espadas persas de doble filo, lanzas largas y livianas y también cortas y pesadas, éstas últimas con una protuberancia sólida en su base para romper armaduras, y mazas de fierro, las tropas montaban caballos cubiertos por caparazones de cuero o de mallas y defendidas sus cabezas con piezas livianas de acero.
Los Emires mandaban las divisiones que componían el ejército de Timur y se les distinguía por un Estandarte del León y un Tambor.
La Guardia, estaba compuesta por Soldados escogidos entre los más valientes y entre los que más se habían distinguido por sus hazañas.
Todos los ascensos a los que accedían sus jefes, oficiales y tropa eran concedidos exclusivamente por méritos.
De regreso de su campaña en contra de la Horda Dorada, Timur se propone abrirse camino a través del Cáucaso e inicia su marcha de conquista alrededor del mar Caspio. Después de poner sitio a Kalat y a Takriz, se apodera de todas las fortalezas de la cordillera de Al Burz, límite de la Persia Septentrional, y queda dueño del norte, de los mares Aral y Caspio, de la región montañosa Persa y del Cáucaso.
Con setenta divisiones se dirige ahora al sur, tomando Isfahan, en Persia, y recibiendo el pago de tributo de otras ciudades. Accede a la India por Kabul, a través del paso Khyber, y por Kandahar. Somete al rey de Sijistán, atraviesa la región que va desde Chiraz al Golfo Pérsico y llega a la boca del Indo. Incansable, se dirige ahora al oeste y ataca Ovejas Negras y la ciudadela de Mosul y se apodera de todas las fortalezas del alto Tigris, a 1500 millas de Samarcanda. Derrota a los Muzzafares y pone fin definitivo a la resistencia Persa.
Es el año de 1388, Timur ha cumplido 53 años y es dueño de un gran imperio, después de culminar una serie continuada de triunfos guerreros. La coalición en su contra, por quienes se ven amenazados, no tarda en formarse y la integran el Sultán de Egipto y Señor de Siria, Damasco y Jerusalén, el Sultán de Bagdad y Kara Yussuf, jefe de los turcomanos. A la coalición más tarde se agregaría Bayaceto, Sultán de los turcos.
Timur se apodera de Bagdad, avanza hacia el desierto Sirio, llega a las márgenes del Eufrates, lo cruza y sigue avanzando, hasta detener su marcha hacia el oeste ante la cercanía de las potencias europeas. Mientras los Mamelucos de Egipto recuperan Bagdad, la coalición marcha hacia el este, hasta el Eufrates y el mar Caspio, encontrando poca resistencia, pero Timur no se alarma y, por el contrario, enfila hacia la India, se apodera de Delhi y se desplaza hacia el sur por las ciudades de las orillas del Indo, para regresar, en mayo de 1399, a Samarcanda, ha reorganizarse y emprender, en septiembre del mismo año, una nueva campaña.
El plan de Timur consistía en aliarse con los Khanes Mongoles del Gobi e invadir China, para lo cual, vencida la India, su enemigo más cercano, debía despejar sus fronteras en el oeste y mantener a los Turcos en Europa, o derrotarlos si avanzaban sobre el Asia.
En el oeste, en un amplio semicírculo desde el Cáucaso a Bagdad, la coalición con sus tropas de georgianos, de turcos en la desembocadura del Eufrates, de turcomanos de Yussuf al acecho y de una poderosa fuerza egipcia defendiendo Siria, repartidos en una docena de ejércitos, esperaba a los Tártaros.
Timur establece su base de operaciones en la ciudad de Tabriz y convierte la llanura de Karabah en estación de remonta para su mayor problema que consistía en la provisión de agua y de forraje para el millón de caballos que debían acompañar a su Ejército.
Desde su base envía algunas divisiones contra los georgianos del Cáucaso, situados a su derecha, a los que aplasta fácilmente y, aprovechando los deshielos, envía una poderosa fuerza por el valle de Erzerum la que, en los albores del verano del año 1400, ya se había apoderado de todas las ciudades a su paso, hasta Sivas, llave del Asia Menor. Gira, entonces, y se apodera de Malayta, puerta del sur y marcha contra Siria, toma Aintab, derrota al Sultán egipcio en Aleppo y sigue hasta Damasco, pero nuevas fuerzas enemigas caen sorpresivamente sobre sus espaldas sembrando la confusión con el sorpresivo ataque. Timur, reacciona, reorganiza sus divisiones y contraataca, despejando el campo, y se retira hacia el norte no sin antes enviar una división hasta la costa de Tierra Santa en persecución de los egipcios, hasta Akka, y de varias otras divisiones hacia el este, a sitiar Bagdad.
Después de dar descanso a sus tropas, Timur reúne a sus fuerzas en Tabriz, su base de operaciones, y se lanza sobre Bagdad, llave del Tigris, apoderándose de ella a mediados del año 1401. Había recorrido, de uno a otro extremo, todo el arco tendido por sus enemigos, y había derrotado a todos los posibles aliados del Sultán turco Bayaceto, antes que éste apareciese en el escenario. La primera campaña había terminado.
La segunda campaña enfrentaría a los dos más grandes conquistadores de la época: Timur, del Asia, y Bayaceto I, de Europa Oriental.
El Sultán Turco, apodado el Rayo por la velocidad con que se desplazaba, había sucedido a su padre, Murad I, muerto en la batalla de Kosovo, en el año 1389. Bayaceto, había conquistado los Balcanes y la Anatolia, región peninsular de extensas y escarpadas mesetas del Asia occidental o Asia Menor, cerradas por las cadenas de los montes Póntico y Tauro.
El Ejército de Bayaceto, acostumbrado a los triunfos, alcanzaba al medio millón de hombres, y a ellos pasó revista el Sultán turco en Brusa, a comienzos de 1402. A estos regimientos, veteranos y victoriosos en Kossova y Nicópolis, se le unieron los griegos, la infantería Valaca y la caballería de Serbia, comandada por su Rey.
Los informes decían que Timur se encontraba en Sivas, y Bayaceto pensó que entre esa ciudad y Brusa había un solo lugar favorable para enfrentar a su temible adversario. Se movió entonces hacia Ancira, donde estableció su base de operaciones, atravesó el Halys y se internó, hacia el este, en el país montañoso, deteniéndose a sesenta millas de Sivas, en el lugar que pensaba le favorecía, pero Timur con sus Ejércitos había desaparecido.
Ocho días esperó Bayaceto la aparición de su enemigo, pero la única noticia que recibió fue cuando un Regimiento de Exploradores de Timur atacó sorpresivamente su ala derecha, tomándole prisioneros y retirándose.
Seguro que Timur estaba hacia el sur, Bayaceto avanzó hasta el río Halys, pero no encontró a nadie, salvo la noticia que Timur había rebasado su posición y ahora, a sus espaldas, se dirigía velozmente hacia Ancira.
Bayaceto, rehizo el camino a marchas forzadas hacia su base en Ancira, encontrando los caminos desolados, los campos y aldeas arrasadas y la ciudad en poder el temible Tártaro.
Timur, razonablemente, habiendo encontrado que la región montañosa de Sivas no era apta para su caballería, se había desviado entonces hacia el sur y, separado de los turcos por el río, había rodeado su margen exterior marchando por el valle de Halys, mientras el Sultán turco lo esperaba en el centro.
Cuando Bayaceto llegó a Ancira, donde Timur y sus tártaros, descansados y bien alimentados los esperaban, sus tropas venían agotadas, sin víveres ni agua, después de marchar por más de una semana por zonas asoladas por su enemigo.
Bayaceto, había hecho lo que su genial enemigo quería que hiciera y, después de eso, ya no le quedaba otro camino que atacar Ancira, hoy Ankara, con sus tropas debilitadas y desmoralizadas, ante un resultado que le era predecible de antemano; el aniquilamiento total de sus ejércitos. Hecho prisionero, murió en cautiverio en el 1403.
Ancira, Brusa y Nicea, hasta Esmirna y sus playas, desde donde contemplaron las cúpulas de Constantinopla, fueron dominadas por los Tártaros.
Después de recibir la sumisión de Egipto, Timur despreció Europa y, dándoles las espaldas, regresó a Samarcanda con la intención de preparar la invasión a China.
La campaña, sin embargo, quedaría inconclusa. En marzo de 1405, a los setenta años, en el esplendor de sus glorias, la muerte finalmente lo vencería.
La milenaria China podía respirar tranquila, el Azote de la Tierra había muerto.



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